El idioma español o castellano es una lengua romance procedente del latín hablado. Pertenece al grupo ibérico, y es originaria del Reino de Castilla. Se conoce también por el americanismo coloquial castilla (por ejemplo: «hablar castilla», «entender castilla»), común en áreas rurales e indígenas entre México y la Patagonia.
Es la segunda lengua del mundo por el número de personas que la hablan como lengua materna tras el chino mandarín, con 437 millones de hablantes nativos, y lo hablan como primera y segunda lengua con dominio nativo 477 millones, alcanzando los 572 millones de personas si contamos a hablantes con competencia limitada, de modo que puede ser considerada la tercera lengua del mundo por el total de hablantes tras el mandarín y el inglés, con más de 21 millones de estudiantes, y la tercera en comunicación internacional tras el inglés y francés.
La historia del idioma español comienza con el latín vulgar del Imperio romano, concretamente con el de la zona central de Hispania. Tras la caída del Imperio romano en el siglo V, la influencia del latín culto en la gente común fue disminuyendo paulatinamente. El latín hablado de entonces fue el fermento de las variedades romances hispánicas, origen de la lengua española. En el siglo VIII, la invasión musulmana de la península ibérica hace que se formen dos zonas bien diferenciadas. En al-Ándalus, se hablaban los dialectos romances englobados con el término mozárabe, además de las lenguas de la minoría invasora (árabe y bereber). Mientras, en la zona en que se forman los reinos cristianos desde pocos años después del inicio de la dominación musulmana, continúa una evolución divergente, en la que surgen varias modalidades romances: la catalana, la navarro-aragonesa, la castellana, la astur-leonesa y la gallego-portuguesa.
Los signos de puntuación delimitan las frases y los párrafos, establecen la jerarquía sintáctica de las proposiciones para conseguir estructurar el texto, ordenan las ideas y las jerarquizan en principales y secundarias, además eliminan ambigüedades.
La puntuación varía según el estilo de escritura; sin embargo, las diferencias de estilo que se puedan presentar no eximen a nadie de cumplir con ciertas normas mínimas y de evitar errores generalmente considerados como inaceptables. De ahí la importancia de conocer y aplicar las normas básicas de la puntuación.
No obstante, hay que advertir que más allá de cualquier norma establecida, los signos de puntuación componen también la arquitectura del pensamiento escrito. En este sentido, y tal y como sucede en poesía desde hace más de un siglo, no existen normas exactas para reglamentar el correcto uso de los signos en las partituras, tanto narrativas como poéticas. En términos de principios y parámetros, los signos de puntuación entrarían a formar parte de los parámetros del lenguaje, y en consecuencia se sitúan en un proceso de constante evolución y son variables, por lo tanto pueden depender de otros factores.
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